PEDRO JUAN CABALLERO. “¡Ay México, lindo y querido!” coreaban las voces casi quebradas por el nudo en la garganta de los mariachis, mientras los restos mortales de Julio César Romero (33) se encontraban en su sitio de descanso eterno. Era la despedida de un colega que en el último tramo de sus días decidió cambiar la trompeta por una pistola. El escenario fue el cementerio San Carlos de Pedro Juan.
El susodicho era nada más y nada menos que el autor de los disparos que acabaron con la vida de la asistente fiscal Celia Eulalia Gómez, quien recibió cinco tiros por parte de dos motosicarios.
ARROLLADO
Julio César y su colega de fechorías rajaron raudamente, pero fueron arrollados por el sub’o Cristino Centurión, quien manejaba el rodado en el cual viajaba la víctima fatal.
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