- Blas Cuenca
- Periodista
Desde hace algunas noches, personal de la Unidad de Rescate y Extinción del Mercado de Abasto sale a recorrer las calles vacías de la capital del país con la misión de desinfectar a diario las paradas de buses.
En esta oportunidad, el recorrido se centró en el Mercado 4, donde se descargaron alrededor de 12 mil litros de agua mezclada con cloro. Crónica acompañó este recorrido para conocer más a fondo este operativo.
El trabajo, a cargo de Fernando Calderoli y Ángel Falcón, se puso en pausa cuando un joven indígena, quien como otros deambulan a diario por las calles, se acercó peleándole cada paso a una suave brisa que era suficiente para hacerlo tambalear.
“No tenés algo para comer… tengo demasiado hambre”, fue lo que con una voz derrotada por la necesidad alcanzaba a decir. Las lágrimas no se hicieron esperar. Cualquiera al que le corra sangre por las venas no podía reaccionar de otra manera.
“¡Claro! Esperá vamos a ver que te podem…” era una respuesta que se vio cortada por un doloroso “hace tres días que no como nada. Nadie me da nada”. El silencio retumbó en ese momento. Un grupo de hombres dispuesto a todo por combatir al maldito virus quedó inmovilizado por unos segundos. El golpe de nocaut que tiró la realidad era para voltear a cualquiera.
Un par de bombeos más fuertes desde el corazón hicieron que la escena siga. Todos se movilizaron a ver qué se podía conseguir en medio de una noche manchada por la cuarentena total. Algunos panes, un poco de fiambre y algo de gaseosa alcanzaron para sanar esa herida mortal causada por la miseria.
“Gracias, gracias… ¡gracias!”, fue la respuesta que se recibió y que a cada paso se iba haciendo más débil.
Luego de obtener el py’a joko, el jovencito se perdió en la oscuridad y el silencio de los pasillos del mercado, buscando dónde quedarse a “disfrutar” de su “banquete”. Su historia no es la única…
La calle es el dormitorio en el que la vida les permite soñar
Al llegar a la zona de la avenida Pettirossi, en pleno corazón del Mercado 4, nuevamente el recorrido se interrumpió. Esta vez no solo el hambre estaba en juego.
Allí, dos mujeres con bastantes inviernos encima dormitaban en esa calle que se convirtió para ellas en el dormitorio, donde la vida les permite soñar. Ña María (70) y “Chaparrita”, quien tendría cerca de 60 años y sufre de parálisis infantil, se encontraban en el lugar.
Tiradas en las veredas, duermen así hace más de 20 años, desconociendo el peligro al cual están expuestas, tanto por el virus vai como la inseguridad.
No viven pendientes de lo que sucede lejos de ese mundo en el cual sobreviven a diario. Los vendedores de remedios yuyos se encargan de darles algo de comer, pero con el cierre temporal quedaron a merced de lo que el destino tenga ganas de hacer con ellas.
LO DIJO
“Hacemos lo que está a nuestro alcance. El virus puede permanecer en el ambiente”
Alejandro Buzó, PCI Asunción
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