“Todos los que elegimos ser chofer de colectivo es porque realmente nos gusta nuestro trabajo”, asegura.

Las estrellas toman fuerza del otro lado del parabrisas. El silencio de las calles se rompe entre los murmullos de gente hablando en plena madrugada y la explosión del diésel que alimenta a ese caballo de acero que lleva a todos a casa. En una esquina, una persona detiene el colectivo. “Hola Osvaldo… ¿Mba’eteko pio?”, dice con tono familiar. Ameno. Él “tranquilopa” se aferra a este diálogo y da la sensación que en realidad se está en el comedor de una casa, recibiendo gente.

Pero no. El que subió es un pasajero. Osvaldo Céspedes, el chofer que tras el volante de un micro de la línea 18, de la empresa Lince, toma las riendas de un trabajo al que ama y que da tranquilidad en medio de la oscuridad a los que vienen de pelear por el pan de su familia.

“Todos los que elegimos ser chofer de colectivo, es porque realmente nos gusta nuestro trabajo. No es fácil tener la responsabilidad de trasladar a las personas”, aseguró. Además contó que a él le gusta más el horario nocturno al cual ya se acostumbró en estos 8 años que lleva en el volante, donde conoció de mil historias.

“¡Ja! ¡Son los que más hay! Detrás de un volante hay mil historias”, responde a la consulta si los borrachos forman parte de su paisaje.

“Algunos son simpáticos, pero ndofaltái la ka’u argel. Por suerte nunca tuve una mala experiencia, máximo me tocó dar varias vueltas con más de alguno que de la borrachera no se podía despertar, generalmente los finesde semana”, confiesa con un tono pícaro que invita a la sonrisa.

“Con los pasajeros ya nos conocemos entre todos. Tenemos la misma rutina. Algunas veces hay pasajeros ocasionales a esa hora de la noche. Ya sabemos distinguir cuando alguien se sube con mala intención y estamos alertas.

En varias oportunidades tuve que bajar a algún pasajero en la comisaría, o llamamos al 911 sin que se dé cuenta. Los pasajeros a esa hora son muy unidos y ya saben cómo nos manejamos”, cuenta este trabajador que, al igual que aquellos que van detrás suyo, forman parte de una gran familia nocturna en la cual se cuidan entre todos.

LABURADOR

De los siete días de la semana, este hombre casado y con un hijo, está detrás del volante al menos en seis. El último es su día de descanso. Maneja desde la 5 de la tarde muchas veces hasta las 3 de la mañana, cuando llega a su casa a dormir.

Hasta tienen un grupo de guasap

Esta “familia” que formaron adoptándose unos a otros está consolidada gracias a la tecnología. “Conozco de memoria a mis pasajeros. Tenemos un grupo de WhatsApp en donde estamos 54 personas. Allí coordinamos para que nadie quede en la calle. Muchas veces les esperamos si no llegan a tiempo a la parada para que no se exponga en la calle”, contó.

Como a toda familia, la pandemia los afectó. “La mayoría trabajan en bares. La pandemia nos afectó mucho. Hay muchos de nuestro grupo que ya no volvieron después que se flexibilizó la cuarentena”, dijo con un tono cargado de sinsabor.

“No es para cualquiera”, he’i

“Uno tiene que tener los sentidos bien desarrollados para cumplir cada jornada laboral.

No es para cualquiera manejar mientras tenés que subir y bajar pasajeros, cobrar y dar vueltos exactos”, aseguró.

Un día que para él se traduce en dos vueltas a su ruta, con el continuo subir y bajar de pasajeros. Cada trayecto le lleva en promedio tres horas de viaje, desde la ciudad de Ypané hasta Trinidad.