Margarita Suarez, pobladora de Cuernavaca, en el Estado de Morelos, México, era una mujer compasiva. Era también amante de los perros y gatos. Tenía la costumbre de alimentar a los canes sin dueños que pasaban frente a su casa. Además, no le negaba un bocado a los gatos que, vaya a saber cómo, “se enteraron” del buen corazón de la mujer y hacían fila en su vivienda para comer algo.
A mediados de marzo, Margarita falleció. Y, tras los requisitos legales para los funerales de esa ciudad, fue cremada.
Previo a su último adiós, Margarita fue velada en el salón de una funeraria. Llegaron familiares, parientes, amigos y… ¡los perros callejeros a quienes ella daba de comer!
Nadie pudo explicarse cómo es que los pichichos se enteraron de la muerte de Margarita o cómo supieron que su cuerpo estaba ahí, en ese salón velatorio.
Los animales se ubicaron como pudieron, a la entrada del salón, en los pasillos y aún frente al féretro.
Dicen que muchos de ellos pasaron ahí toda la noche y solo se retiraron cuando vieron que todos los presentes también comenzaban a hacerlo. Es decir, al momento en que iban a llevar el cajón al crematorio.
Más curiosa fue la aparición de una avecilla que llegó de algún lugar y comenzó a “cantar” para luego alejarse tan misteriosamente como había aparecido.
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