Una camisa vieja empapada de sudor grafica el empeño que le mete todos los días. Su vida estuvo llena de esfuerzos, contratiempos y sinsabores. Su salida laboral la encontró empujando un carrito de helados caminando kilómetros y kilómetros, cruzando de ciudad en ciudad.

Y hace 46 años que don Domingo Cañete se dedica a lo mismo, ganando lo necesario para vivir. De ocho de la mañana a ocho de la noche. Su receso es dos minutos debajo de una sombra, cada 10 kilómetros, que realiza caminando y empujando el carrito.

A veces, sus piernas ya no dan, pero tiene una razón que le toca en el fondo de su ser, y que lo ayuda a seguir y con más fuerza. “No paro porque mis hijos deben estudiar, con lo que gano, pago sus estudios y eso es lo primordial para mí. Ellos deben ser gente de bien”, dijo el hombre, quien vive en Capiatá.

Don Cañete omombe’u que tiene 13 hijos, pero que 8 de ellos ya son mayores, algunos hasta ya se casaron, pero son 4 los que siguen con él, y están estudiando y no quieren dejar de hacerlo.

“Mi sacrificio tiene solo un motivo: mis hijos. Por ellos hago lo que sea, menos robar”, dijo el sacrificado hombre, quien comentó que la ganancia de la venta de helados no es mucha, pero que se las arregla para no hacerles faltar nada a sus retoños.

“Mis hijos sueñan con ser doctor, arquitecto, y por lo menos debo poner mi granito de arena para que eso se dé y que vayan tranquilamente a la Facultad para lograr sus sueños. A veces no sobra para comprar cosas para la casa, pero nos arreglamos cómo sea”, dijo el buen padre.

“Yo no tuve la oportunidad de hacerlo (estudiar), y sé lo que se sufre y no quiero que mis hijos pasen por lo mismo, por eso salgo y me sacrifico por ellos”, tiró el heladero.

Su doña le ayuda con otras ventas

Don Domingo comentó que su patrona le ayuda también vendiendo empanadas, asaditos, ere eréa frente a su humilde vivienda.

Sueño antes de morir

El don comentó que tiene un sueño antes de dejar esta tierra: “ver a mis hijos ser profesionales en lo que quieren. Solo eso pido”.