- CUIDADO. Madre relata la historia de su hija para alertar a los padres sobre el diabólico juego
Su hija de 13 años le preguntó “mamá, ¿existen las ballenas azules? y ella respondió lo primero que se le vino a la mente. “Existen y deben quedar pocas. Están en vías de extinción”.
Dos meses después, el 28 de abril, el cuerpo de la pequeña Maylen Lizette aparecía colgado de una soga. Quitarse la vida fue el broche final de un macabro juego que amenaza la vida de incontables menores alrededor del planeta.
El Mundo en su web relata la historia de Maylen Villamizar, una mujer de 37 años, que no tiene Facebook y que jamás se dio cuenta que su hija se estaba metiendo en el famoso juego de “la ballena azul”.
Después de enterrar a su hija empezó a atar cabos y se acordó de varias cosas que en su momento no llamaron su atención.
Recordó diversos episodios hasta concluir que a su pequeña la mataron las redes sociales y uno de sus desafíos de moda, la ballena azul.
Meses antes de su muerte, la madre vio en su celular unas fotos que mostraba cómo se ataba la piola para ahorcados. Le preguntó a la niña de qué se trataba e hizo pasar.
ALERTA. Maylen Villamizar desea alertar a los padres de todo el mundo sobre los peligros que entraña ese tipo de desafíos que difunde la red. “Mi hija no tenía celular, me opuse a eso siempre por las violaciones y la trata de blanca que empiezan por Internet. Usaba el mío”, comenta Mylen. “Yo veía su Facebook, me mostraba fotos de las dos. Y después de morir vine a saber que tenía abiertas tres cuentas secretas más”, contó la madre.
Dijo que su hija era muy apegada a ella, dormían juntas y era muy cariñosa, hasta que hace unos meses se volvió un mar de inconformismo en que nada le gustaba y vivía enojada.
“En los últimos 15 días antes de morir, yo le fastidiaba. Si la besaba, se ponía rígida. Incluso quitó la foto de Facebook en la que estábamos las dos. Yo pensaba: es la adolescencia”, dijo la madre.
Para tener en cuenta
La madre todo el tiempo piensa y trata de rememorar lo que decía o hacía su hija, a ver si encuentra alguna respuesta a lo que le ocurrió. “En dos o tres ocasiones escuché en la noche que gritaba desde la sala: “Ya cumplí el reto de hoy”.
También recordó que un día la niña le preguntó si la gente que se suicida es valiente o cobarde. “Hacía poco un señor del barrio se había ahorcado y pensé que preguntaba por eso. Ahora que ya pasaron las cosas y es fácil deducir, cualquiera se alarma con todas esas preguntas”.
Un detalle que entonces le causó curiosidad, pero sin vislumbrar riesgos mayores, fue un aluvión inusual de fotografías que la niña se tomaba recortando alguna parte del cuerpo. “Era una cantidad enorme de fracciones de la cara, solo el ojo, la boca. Yo le decía, “me llenaste la memoria, ¿por qué se las hace así?” y ella: “Estas hoy no las necesito, las necesitaba ayer”. Y las borraba. Otro día le escribió a un niño que le gustaba y no la hacía caso: “Te voy a ver desde donde te mira Dios”.
La tragedia
El martes Maylen Lizette no fue al colegio alegando que tenía gripe. “Se acostó enojada y se levantó enojada”, rememora su madre. Al despertar, le puso la mano en la frente y no sintió que tuviera fiebre, pero le dejó quedarse en la cama.
A las 10:30, la niña sacó la soga que tenía escondida, la colgó de una tubería y se ahorcó. “Quisiera que nadie viviera lo que yo, que se den cuenta de que tenemos un problema que no podemos manejar solos. Y que sentaran al autor del juego y le preguntaran qué hay en su cabeza, en su corazón, por qué lo hace”, indica Maylen. “No estoy vendiendo mi tristeza, estoy preocupada de ver cómo los seres humanos usamos los avances para destruir personas, vidas y sueños”.
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