PIRAYÚ. Sus dedos van y vienen. No se detienen. A paso lento pero seguro forman parte de una danza junto a varios hilos que se entrelazan en un ritmo marcado por la creación, dispuestos a dar vida a una nueva obra tejida a base de ñandutí. Daniela Díaz es la artista que hace posible que toda esta magia folclórica fluya.

Apoyando sus pies por una silla de madera y poniendo su bastidor sobre sus piernas, teje lentamente dándole forma a esos delicados hilos con una fina aguja mientras que con soltura, como si no estuviera haciendo nada, cuenta que “tenía 10 años cuando empecé a tejer (hoy ya viste 54), ya que esto es un arte que heredé de mis antepasados y que hoy día soy yo la que se encarga de enseñarle a mis hijos”.

“Esto hacía mi mamá, ella aprendió de mi abuela y mi abuela de su mamá… Y así pasó el tiempo” cuenta la tejedora mientras que se coloca el anteojo para soltar con cara de compinche una frase con sonido confidencial: “mis tres hijos también hacen esto, hasta el varón sabe tejer, jajaja… Es que esto es nuestro sustento diario”.

“Ya hice de todo con el ñandutí, pero lo más simpático es que yo no tengo nada de mi trabajo, pero bueno es como dice el refrán, carpintero sin silla”, decía la doña en medio de risas.

Asombrada por el monto que le ofrecieron

La honradez y honestidad son el principal lema de esta kuñakarai que trabaja diariamente para poder cumplir con sus pedidos. Mirando a su bastidor recordó que una vez un grupo de yanquis llegó hasta su casa en la compañía Tuyucuá, en Pirayú. Ellos querían ver y comprar el trabajo que estaban haciendo. Los extranjeros quedaron ndaje encantados con todo y quisieron comprar cada uno un pedazo de ñandutí ofreciéndoles 50 dólares por cada uno.

“Ellos llegaron nomás y nos quisieron dar eso por algo que sale entre 20 a 30 mil guaraníes nomás”, he’i la doña.

DIFÍCIL

El defecto de este bello trabajo es que afecta a la vista y también a la espalda.