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Testigo de los encuentros y desencuentros en Tacumbú

Testigo de los encuentros y desencuentros en Tacumbú
  • ANTIGUA. Doña Lucila Roa, hace más de tres décadas labura frente a la penitenciaría vendiendo de todo, donde ya tuvo muchas alegrías y penas

Hace más de 30 años que doña Lucila Roa (55) es una fiel testigo de varios encuentros y desencuentros que suele protagonizarse frente al penal de Tacumbú. Jóvenes que llegan esposados, llorando, con desesperanza y mucha tristeza, pero también esos que lograron cumplir su condena y salen sin mirar atrás, con la esperanzas de empezar de nuevo.

Ella es incluso una gran amiga de muchos clientes que hace añares vienen a visitar a familiares que están adentro. La despedida es triste por un lado, cuando sabe que algunos de esos clientes ya no volverán porque el familiar por el que iban ya obtuvo su libertad. Pero no se compara con la satisfacción y felicidad que siente por ellos, al ver que por fin su familia se completó de nuevo.

“Yo ya vi mucho acá. Uno estando acá conoce la realidad de las cosas. Lo que más me duele es verles a los presos llegar de judiciales, esposados, eso por ejemplo me toca mucho porque tengo un hijo varón. No puedo ver hombres que salen llorando porque su hijo está acá preso por ejemplo”, contó la sacrificada mujer.

Pero por otro lado, no hay nada que le ponga más feliz que ver a uno de los muchachos salir en libertad. “Por un lado siento que ya no va ser mi cliente, pero por otro lado me pone muy contenta ver que por fin su familiar sale libre. Cuando salen les digo ‘tapehoke’, no se den vuelta a mirar’”, relató ña Lucila muy emocionada.

Instó a la ciudadanía a no criminalizar a las personas que están privadas de su libertad, ya que son también seres humanos, que simplemente se equivocaron. “Todos tenemos nuestra familia y no sabemos qué puede pasar más adelante, por eso no hay que juzgar”, remató.

FACHADA. El escenario que se vive frente al penal de Tacumbú.

Empezó desde abajo y con sacrificio consiguió su kiosco

Ña Lucila tiene su kiosquito en frente mismo a la entrada del Penal de Tacumbú. Comentó que primero fue su abuela quien se colocó a vender allí todo tipo de cosas, luego fue su mamá y le siguieron después ella y su difunta hermana.

“Yo empecé de a poquito. Primero me puse a vender frutas, después empecé a comprar un cigarrillo, una galletita, una yerba y luego con ayuda de gente que me prestó plata abrí mi kiosquito”, explicó.

Dijo que batalló mucho para conseguir lugar para obtener su casilla, pero afortunadamente lo consiguió a través de varios permisos que gestionó con las autoridades correspondientes.

Está allí los martes, jueves, sábado y domingos de 07:00 a 12:30 y luego vuelve a su casa a cocinar para el almuerzo. Tiene un hijo de 34 años y su marido que trabajaba en Tacumbú ya se jubiló.

VENDEDORAS

Frente al penal de Tacumbú hay muchas vendedoras, entre las que más encontramos están las que alquilan la pollera para los familiares.

GENERACIONES

Muchas llevan allí trabajando años y algunas van heredando el negocio de la mamá. Todas son testigos de miles de historia conmovedoras.

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