- SENTIMIENTO PURO. Tres relatos de amor que demuestran que la realidad supera a la ficción cuando cupido “flecha” el corazón
Lucía Paniagua, Osvaldo Escobar y Freddy Arrúa. Paraguarí. Enviados Especiales.
CARAPEGUÁ. Sonrientes y enamorados como aquel primer día, hace 51 años. Don Vicente Ruiz Díaz (80) regresa del kokue y saluda con un beso a su amada, doña Feliciana Franco (69). Tan solo ver aquella escena, sin duda alguna para nosotros valieron la pena aquellos 800 metros que dejamos atrás, cruzando el pantano en canoa y bajo el sol para llegar adónde ellos: a la isla “Mocito”, “perdida” en el mundo que ellos crearon, el uno para el otro.
A poco más de 100 kilómetros de la capital del país y ubicada en la ciudad de Carapeguá. Bañada por un pequeño pantano, un estero y el lago Ypoá, la isla se ha convertido en el nido de amor, donde la pareja no solo ha tenido todo lo suficiente para una vida lejos de la contaminación y los vicios de la ciudad; sino que allí criaron a cinco hijos -hoy ya todos mayores-, fruto del inmenso amor que nació desde aquella mirada y aquella sonrisa que los unió hasta hoy día.
El buen humor de ambos era contagiante. Doña Feliciana comentó que si bien al principio su media naranja se negó a vivir allí, el amor fue más fuerte; y tras su amada se asentó allí. “Seguimos juntos y con el mismo amor de cuando nos conocimos. Nunca tuvimos inconvenientes o problema alguno, y ahora de viejos menos lo tenemos”, contaba Feliciana, aunque entre risas contó que antes de conocerla don Vicente, oriundo de la zona de Pacheco era todo un galán con las mujeres, pero que ninguna llegó a atraparlo; como el amor de ella. “Él era muy travieso con las mujeres”, dijo.
EL DÍA
Silvino, uno de sus hijos, contó que cazó un carpincho para este 14.
UN PARAÍSO
Vicente y Feliciana se conocieron en una fiesta. Cuando eso ella rondaba los 20 años y él ya cargaba 31. Tras convencerlo de mudarse a “Mocito”, Feliciana aprendió mucho de él, como la caza, criar los animales y hacer trabajar la tierra. Cuentan que aprendieron a convivir muy bien lejos de la ciudad, y desconectados del mundo.
Añadieron además que hasta se sienten más seguros que en cualquier otro sitio exterior al que eligieron, ya hasta en aquellos días en que no hay energía, pueden salir al patio a dormir tranquilamente, y si sienten frío, el calor humano es el mejor abrigo.
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