• LLEVA DÉCADAS. Incontables personas ya sanó Antonia con su poder, desde que tenía 12 años. Hoy tiene 88

GUARAMBARÉ. Sus pequeñas manos marcadas por las arrugas de los años estaban húmedas por la pomada aceitosa que usa para friccionar el cuerpo de los pacientes que se acercan hasta ella para que sean sanados.

Antonia Arazari, una abuela de 88 años, es una kuñakarai muy particular. Cuanto tenía 12 años empezó a desarrollar un don que, según ella, fue puesto en sus manos por el Todopoderoso. “Había un niño de 4 años que no podía caminar, él andaba por nuestra cintura y sus papás le tenían en una silla de madera que le sostenía una piola para que no se caiga. Un día su mamá me pidió para que le friccione, era chica yo, tenía unos 12 años. Y le friccionaba su rodilla, ahí donde tenía problema, hasta que un día pidió levantarse solo y camino, ese fue mi primer gran milagro, un milagro que hice con mis manos”, contó doña Antonia.

Con una sonrisa en el rostro y una amabilidad enorme, contó que el don que tiene “viene de arriba”, que Dios le bendijo con eso y que es por ello que ella siempre le reza a sus santos y antes de empezar cada masaje pide al Todopoderoso que ilumine la sanación de su paciente. “Cuando me viene un niño le pido a San Cipriano, él le bendice a los niños, pero para con la gente adulta le pido a Dios, porque el intercede por todos nosotros. Dios es grande y sin él este poder no iba a ser posible. Todo milagro es obra del Todopoderoso”, contaba la doña.

A muchas persona ya sanó desde entonces

La doña resaltó que a innumerables personas ya sanó, que lleva años ayudando a las personas con el poder de sus manos y asegura que muchas personas con el paso del tiempo vuelven a ella para darle las gracias por su curación.

“Desde que tengo 12 años hasta ahora que voy por los 89 sigo sanando, pero todo se lo debo a Dios, el Todopoderoso”, terminó diciendo la abuela, quien asegura que es muy creyente.

76 AÑOS

Es el tiempo que lleva doña Antonia sanando los males de las personas, ya sean chicos o grandes. Su poder es gracias a la bendición que Dios le da he’i.