Ella llegó al mundo en medio de un matrimonio en crisis. Su nacimiento terminó dándole fuerza a su mamá para tomar una decisión y hacer una nueva vida. El papá se fue. Conoció a otra mujer y formó una nueva familia. Allí vino a la vida él. Conforme fue pasando el tiempo, ambos sabían que había alguien más. Lo que no sabían era que ese encuentro de dos almas iba a ser el punto de partida de una historia singular.

Ella, Ana Parra, le llevaba tres años de ventaja a él, Daniel Parra. Cuando estaba cercana a los 20, decidió ir tras su hermano. Quería conocerlo. El sentimiento era mutuo y finalmente se terminó dando. Pudieron, por primera vez en sus vidas, estar frente a frente el uno al otro. Ambos sabían que había alguien más… y lo tenían ahí, al alcance de un abrazo.

“Nos dio por reírnos. Fue una situación muy rara”, recuerda Ana, a lo que Daniel agrega que “fue un poco incómodo ya que no sabíamos muy bien qué decir”.

“Intentamos mantener una relación de hermanos, pero nos costó. Teníamos una relación de amigos que quedaban para verse y contarse las cosas», dice él en entrevista con El Español. Al poco tiempo, Ana se fue a vivir sola y Daniel, que trabajaba cerca de allí, comenzó a visitarla. «Al final Dani pasaba más tiempo en mi piso que en su casa», cuentan entre risas, “hasta que comenzamos a vivir juntos”.

Pese a que todo tenía que ser “a escondidas”, ya que no era bien visto que dos hermanos anduvieran por demás cariñosos frente al público, la relación fue ganando fuego. El que siempre estuvieran juntos y que no se les conocieran parejas hizo que muchos comiencen a sospechar que eran algo más que hermanos.

En la intimidad, después de ese primer beso que los hizo sentir con vergüenza, se dieron cuenta que no podían “atajar” lo que les pasaba por dentro. Una “escapada” a Londres los dejó expresar todo, sin guardarse nada. Y se consolidó la pareja.

Poco después, ella quedó embarazada. ¡Esperaba mellizas! Por alguna razón, uno de los fetos no llegó a término pero sí el otro. Nació una hermosa nena. Los médicos les dijeron que, siendo que compartían sangre del mismo papá, había un 4% más de posibilidades que en una pareja sin lazos sanguíneos de encontrarse con problemas genéticos. Tal cosa no pasó.

Meses después, Ana volvió a quedar embarazada. Esta vez, vino un varón para “hacer la parejita”. Al igual que su hermana mayor, el peque vino sin problema alguno.

Hoy, ambos forman una familia decidida a dar todo por sus hijos y el uno por el otro, por lo que, más allá de lo afectivo, está la parte legal, donde la lucha se centra en poder casarse para darle a sus herederos y al cónyuge todo el amparo jurídico que les corresponde. Solo piden que les dejen vivir su amor con total libertad, sin prejuicios ni trabas legislativas.

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